“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” 2 Corintios 7:1;
INTRODUCCIÓN. La Santidad en el ministerio es muy importante para poder sobrevivir a los ataques de Satanás, debemos permanecer PUROS Y HUMILDES delante de Dios, para que nuestro ministerio pueda sobrevivir muchos años hasta que Cristo venga. Muchos ministerios se han corrompido, han caído en una decadencia terrible por culpa de la falta de humildad y de Santidad. Debemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a permanecer Puros y Santos delante del Señor, para que no caigamos en un Espíritu de error y Pecaminoso.
Cuando hablamos de santidad hablamos de una relación sana e intima con Dios, es decir para vivir en santidad y permanecer en ella, es necesario estar íntimamente relacionado con Dios, y permanecer bajo su voluntad. No se puede vivir en santidad estando lejos de Dios, ni mucho menos pretender servirle.
Cuando nos encontramos frente a algún ministerio, obra o servicio, es necesario que sepamos que sin santidad es imposible agradar a Dios, y todo cuanto logremos, hagamos, emprendamos, no tiene ningún valor delante de los ojos de nuestro Señor y Dios, porque El sabe quién eres, El conoce lo más íntimo en tu ser, a él es a quien no podemos engañar ni comprar con trabajo. Lo que le agrada a Dios más que el trabajo que hagamos en su nombre es el tiempo que pasemos con él, Dios anhela que seamos íntegros y santos.
¡PECADO EN EL SANTUARIO! Dios es santo. Todos los hijos de Dios saben que uno de los principales atributos de Dios es la santidad. Sin embargo, la imagen de un Dios santo suele ser muy difusa en el corazón de muchos hijos de Dios. ¿Qué significa que Dios sea santo? Obviamente, significa que Él no tolera el pecado, que no tiene comunión con las tinieblas. Esto es así, sin duda, y es la primera gran verdad tocante a la santidad de Dios que ha de quedar clara en nuestro corazón.
Sin embargo, quisiéramos aquí referirnos a cómo la santidad de Dios exige una forma de caminar y de servicio en los hijos de Dios. La santidad es un requisito para servirle dentro de un ministerio en la Iglesia. Para hablar sobre el tema hoy veremos algunos casos como ejemplo en el Antiguo y nuevo testamento.
NADAB Y ABIÚ (LEVÍTICO CAP. 10: 1-3;) Nadab y Abiú pertenecían a una clase especial de israelitas: ellos eran hijos de Aarón, hermano de Moisés y sumo sacerdote. El mismo día que Aarón fue ungido, con toda la solemnidad que el caso ameritaba, también lo fueron sus cuatro hijos: Eleazar, Itamar, Nadab y Abiú.
El oficio de ellos era escogido. Aarón era el único que podía entrar al Lugar Santísimo una vez al año, en el día de la expiación; en tanto, sus hijos, eran los únicos que podían ministrar en el Lugar Santo. Ellos habían sido llamados a ayudar a su padre en el servicio de Dios. Ellos llevaban vestiduras especiales. Ellos tenían un estilo de vida diferente. Su dignidad era muchísimo mayor. Pero también lo eran sus responsabilidades.
En Levítico 21 se registran las exigencias especiales que Dios había impuesto a los sacerdotes para santificarse a sí mismos.
Primero, no debían contaminarse por los muertos.
Segundo, debían ser santos en su cuerpo y en su vestimenta. No debían hacerse tonsuras en su cabeza, ni cortar la punta de su barba (los egipcios hacían esto cuando adoraban al sol), ni hacerse rasguños en su cuerpo (esto lo hacían los africanos).
Tercero, debían ser santos en su matrimonio.
Cuarto, para el sumo sacerdote, las exigencias eran mayores. Ni siquiera podía contaminarse por sus padres.
Un día sin embargo, Nadab y Abiú hicieron algo que rompió el orden en el santuario: ellos tomaron cada uno su incensario, pusieron en ellos fuego, sobre el fuego pusieron incienso y ofrecieron delante del Señor fuego extraño, que Dios nunca les mandó. Entonces ocurrió algo trágico para ellos: fueron consumidos por el fuego del Señor. Acto seguido, el Señor dijo: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado.” (10:3).
Después del juicio que efectuó en ellos, Dios dijo a Aarón: “Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis…, para poder discernir entre lo santo y lo profano, entre lo inmundo y lo limpio.” (10:9-10).
Los estudiosos de la Biblia coinciden en afirmar que Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño porque estaban borrachos. La gente que sirve a Dios debe poder distinguir entre lo santo y lo profano, entre lo inmundo y lo limpio. Ninguno puede representar bien a Dios si no se santifica a sí mismo.
UZA (2 SAMUEL 6:6-9). Cuando David decidió llevar el arca a Jerusalén creía estar obrando de acuerdo a la voluntad de Dios. Su intención era la mejor, su espíritu rebosaba de gozo. Sin embargo, ni él ni los sacerdotes tomaron en cuenta las instrucciones de Dios para hacerlo.
Habiendo visto que los filisteos habían puesto el arca sobre un “carro nuevo” para volverlo a Jerusalén, ellos también deciden hacerlo así (2 Sam.6:3). Pero eso significaba violar la orden expresa de Dios, quien había establecido que los levitas debían llevar el arca (Números 4:15). Al llevarla los levitas (y no un carro tirado por bueyes), se debía ofrecer sacrificios en cada descanso de ellos. ¿Cómo podría hacerse si los bueyes no necesitaban descanso? Dios podía excusar la ignorancia de los filisteos, pero no la de su pueblo.
Los bueyes tropezaron, y Uza extendió la mano para evitar que el arca cayera. Entonces, se desencadena el juicio de Dios, y Uza cae muerto. El juicio de Dios se manifiesta inmediatamente, El no estaba llamado, no estaba apartado para hacer esto.
David se molestó con esto, y juzgó a Dios demasiado severo. David pensaba que bastaba con que la intención hubiese sido correcta. Así que, pospone la conducción del arca a Jerusalén, y la desvía a la casa de Obed-edom. Posteriormente, el Señor hace entender a David cuál ha sido su pecado, de manera que la próxima vez, toma las precauciones, se ajusta a la Palabra, e instruye a los sacerdotes y levitas (1 Crónicas 15:12-13). Esta vez Dios aprueba la acción y el pueblo se goza en su Dios. (2 S. 6:12-19).
¿Qué nos enseña este triste episodio en la vida de David? Que Dios se santifica en los que a él se acercan. Que en el servicio de Dios no cabe la opinión humana, ni siquiera las buenas intenciones. Dios se encargará de hacer prevalecer su santidad, a riesgo de que sus siervos sean heridos. Porque Él es Dios, y nosotros somos sólo sus siervos.
UZÍAS Uzías fue uno de los grandes reyes de Israel y uno de los más prósperos. Es, en muchos aspectos un rey ejemplar. (2 Crónicas 26:1-15). Pero en los últimos días de su largo reinado de 52 años contrajo una enfermedad que sufrió hasta su muerte: la lepra. ¿Por qué contrajo la lepra? Porque él pecó contra el testimonio del Señor en el santuario.
Uzías llegó a hacerse muy famoso y, habiendo sido ayudado maravillosamente por Dios, llegó a hacerse poderoso. “Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso.” (2 Crón. 26:15-16).
Uzías fue leproso hasta su muerte. ¿Severo Dios? ¿Implacable? El pecado contra el santuario ofende la santidad de Dios en los que a él se acercan. Ningún hombre puede acercarse a Dios para servirle infringiendo sus normas, por muy grande que sea. Si lo hace, no lo dude que recibirá la sanción que corresponde al pecado del santuario.
ANANÍAS Y SAFIRA Hechos 5:1-10; Ananías se guardó para sí parte del precio. Safira lo sabía, y por tanto estaba de acuerdo con él y era igualmente culpable. Después, trajo parte de él y la puso a los pies de los apóstoles, dando la impresión de que había hecho lo mismo que Bernabé.
Pedro, actuando como representante y vocero de los doce apóstoles, supo de inmediato lo que había hecho. No tenía espías que le reportaran las cosas, pero tenía al Espíritu Santo. Quizá esto le fuera revelado a través de uno de los dones de revelación, como la Palabra de Sabiduría o la Palabra de Ciencia.
Le preguntó a Ananías por qué Satanás había llenado su corazón para que le mintiese al Espíritu Santo y se guardara para sí parte del precio del campo. La pregunta «¿Por qué?» llama la atención sobre el hecho de que su acción era voluntaria; no había excusa para lo que habían hecho. Antes de venderlo, había seguido siendo suyo, y no los estaban obligando a venderlo. Después de venderlo, todavía se hallaba en su poder. No había nada que los obligara a darlo todo. Lo que él había concebido en su corazón era una mentira, no para engañar a los hombres, sino a Dios. El Señor demanda integridad en sus hijos y mucho más en los que le sirven en algún ministerio.
Entender la Santidad de Dios es servirle de la manera correcta en cualquier cargo al que me él me ha llamado, ese es mi misterio para el Señor que lo realizo a través de la iglesia. Cualquiera que este sea: Predicación. Oración, alabanza, limpieza, evangelismo, directiva…
¿CUÁL VESTUARIO ES APROPIADO EN El ALTAR DE DIOS? Mi conducta, mi actuación en la casa del Señor y la manera de vestir para servir en el altar debe ser de una manera que agrade a Dios, su santidad así lo demanda. Creo, de manera muy personal, que nuestra regla general a seguir para el atuendo propio de un altar (tanto para las damas como para los caballeros) podría basarse en tres cosas: decoro, prudencia y sabiduría.
Opino que, independientemente del grado de elegancia o calidad de nuestra ropa o del presupuesto accesible (ya que ello va de acuerdo a las posibilidades de cada quien) siempre podrá cumplirse el decoro, la prudencia y la sabiduría en nuestro vestir. «Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad. «1 Timoteo 2:9-10 «Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.»1 Pedro 3:3-4;
La santidad en el ministerio es de mucha importancia ya que sin santidad no podremos huir de los ataques del enemigo. Necesitamos vivir en santidad para permanecer puros y humildes delante de nuestro Dios y del prójimo. Todos sabemos que Satanás está buscando hacer caer a aquellos que estamos en algún ministerio, en algún liderazgo, sea cual sea este, pastor, misionero, diacono., evangelista, maestro etc.…
Nuestros peores enemigos que tratan de hacernos caer en el pecado son: La carne, el mundo y Satanás. Es por ello que debemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a permanecer puros y Santos para que no caigamos en tentación. Y mucho más en una vida pecaminosa que deshonren a Dios y a su Iglesia. (Vea los siguientes pasajes bíblicos 2 Corintios 7:1; 2 Corintios 2:11; Colosenses 3:10; Roamos 8:1, 4-6, 9, 13;)
La santidad es pureza frente a Dios, es ser dignos de presentarnos ante su presencia en cuerpo, mente, corazón, alma y conciencia, es ser limpios de pecados. La santidad se obtiene cumpliendo la voluntad de Dios, es decir apartándose de los rudimentos del mundo en el cual nacemos, vivimos, nos desarrollamos y morimos.
Así afirmamos junto a John Wesley (1703 – 1791): “Dame cien predicadores que no teman más que el pecado y no deseen más que a Dios, y no me importa un rábano si son clérigos o laicos, solo eso sacudirá las puertas del infierno y establecerá el Reino de Dios sobre la tierra”
Ayudas. EL PODER DE LA SANTIDAD C.B.E. 2013
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El Lcdo. Jhonny H. Quinde Ávila es el actual pastor de la Primera Iglesia Bautista de la ciudad de Milagro – Guayas Ecuador. www.facebook.com/primera.bautistademilagro