/Lección 7: El sacerdocio de los creyentes

Lección 7: El sacerdocio de los creyentes

Las palabras «sacerdocio de los creyentes» son familiares a la mayoría de los bautistas. Pero muchos no entienden plena­mente el significado de esta doctrina. Para ellos sólo tiene un significado negativo. Dicen: «Significa que un cristiano individual no tiene que confesarse a un sacerdote.»

La doctrina del sacerdocio del creyente es mucho más ri­ca que eso. De hecho, es algo que está en el corazón de nues­tras creencias relativas al ministerio. Es el fundamento de nuestra creencia de que los laicos deben tener una parte acti­va en el trabajo y misión de la iglesia.

La doctrina que vamos a estudiar en esta lección se desa­rrolló durante la Reforma religiosa del siglo XVI. Los primi­tivos cristianos posiblemente no le dedicaron mucha atención, porque no tenían necesidad de hacerlo. No fue sino hasta des­pués que la iglesia estuviera dominada por un sacerdocio oficial durante más de mil años que hombres fieles sintieron la necesidad de luchar por la creencia del sacerdocio de todos los creyentes. Sin embargo, las raíces de la doctrina estu­vieron en la Biblia todo ese tiempo. En esta lección, vamos a ver los fundamentos bíblicos de la doctrina del «sacerdo­cio de los creyentes».

EL SACERDOCIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO. En los tiempos del AT, se escogían los sacerdotes para representar al pue­blo de Israel delante de Dios. Eran los que guiaban la ado­ración y se les consideraba los líderes espirituales de la nación. Un pasaje del AT que expone los deberes de los sa­cerdotes es Deuteronomio 33:8-10 Este pasaje constituye una parte de la bendición de Moisés a su pueblo antes de subir a la montaña donde murió. Era una especie de testamento.

En este pasaje, las funciones sacerdotales son así establecidas: (1) Los sacerdotes debían ser los que guardaran y usaran el TUMIN y el URIM; (2) tenían que ser los intérpretes y maestros de la ley divina; (3) tenían que ofrecer sacrificios. Es bien interesante que una de las más claras interpreta­ciones del sacerdocio del AT. se encuentra en el libro de los Hebreos en el NT. Estas son algunas de las cosas que encontra­mos sobre el sacerdote en ese libro del NT:

(1) El sacerdote era llamado por Dios. Dios elegía al sacerdote (He. 5:4).

(2) El sacerdote era un representante del pueblo. Como era «tomado de entre los hombres» (He. 5:1), aparecía delante de Dios en favor del pueblo «para quitar los pecados de la gente» (VP). En otras palabras, aun cuando el sacerdote era escogido por Dios, representaba al pueblo. Se presentaba delante de Dios buscando el perdón de los pecados para el pueblo. Su función era de intercesión.

(3) El sacerdote ofrecía sacrificios de propiciación por los pecados del pueblo (véase He. 5:1; 8:3).

EL SUMO SACERDOCIO DE CRISTO. El autor de Hebreos desa­rrolla la doctrina de que Cristo es nuestro sumo sacerdote, señalado por Dios (He. 5:55ss.) a fin de ofrecerse a sí mis­mo como sacrificio por la redención de su pueblo (He. 9:11-14). A la luz de eso, es interesante que Jesús mismo nunca reclamara para sí el título de sacerdote. Por supuesto, es per­fectamente comprensible en vista de la situación histórica. En los tiempos de Jesús, una persona nacía dentro del sacer­docio. Jesús sabía que la gente nunca lo aceptaría como sacer­dote, dado que pertenecía a la familia de José que no era de linaje sacerdotal. Además no hubiera significado ninguna di­ferencia que él fuera reconocido como una parte del sacerdo­cio oficial. Su meta era predicar la venida del Reino de Dios en una forma que estaba en contra del sistema religioso es­tablecido en algunos aspectos importantes.

Sin embargo, desde los primeros tiempos, los autores cristianos asociaron el ministerio de Jesús con la obra de sacrificios del sacerdote. Varias veces, por ejemplo, el autor de Hebreos se refirió a Jesús como «un sacerdote se­gún el orden de Me1quisedec (He. 5:5, 6,10; 6:20; 7:14-17 y 9:11). De hecho, ningún otro autor trazó la relación entre la obra de Cristo y el sacerdocio tan claramente como lo hizo el autor de Hebreos. En el capítulo 5, mostró que Cristo es­taba calificado para ser un sumo sacerdote porque había sido tomado entre los hombres (w.1-3) y señalado por Dios (w.4, 5). En el capítulo 9, señaló que Cristo era el sacerdote y también el sacrificio que fue ofrecido por los pecados del pueblo (9:11-14).

EL SACERDOCIO DE TODOS LOS CREYENTES. El autor de hebreos dirige la atención a la doctrina del sacerdocio de los creyen­tes en el capítulo 13:15,16. «Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.”

En este punto, volvamos a la afirmación que hicimos al comienzo de esta lección. La doctrina del sacerdocio de los creyentes significa que la idea que los cristianos no tienen que confesarse con un sacerdote, pero también mucho más. Aquí en este pasaje de Hebreos, encontramos que la responsabili­dad, junto con el privilegio está adjudicada al sacerdocio de los creyentes. Como creyentes, los cristianos son sacerdotes. Como sacerdotes, tenemos el deber de ofrecer sacrificios. ¿Qué sacrificios? El autor menciona tres:

(l) Hemos de alabar a Dios con nuestros labios. (2) Hemos de hacer bien. (3) Hemos de practicar la ayuda mutua. La VP dice «compartir con otros lo que tienen», lo que incluye las buenas nuevas del evangelio.

Pablo dijo algo similar en esta misma línea de pensamien­to en Romanos 12:1; «Presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.» En otras palabras, los cristianos han de ofrecerse a sí mis­mos en el altar del servicio diario. En términos similares, Pablo habla de ser «derramado en libación» (Fil. 2:17) o sea en un tipo de sacrificio.

La enseñanza bíblica más clara concerniente al sacer­docio de los creyentes se encuentra en Apocalipsis 1:6; 5:10 y 20:6 y en 1 Pedro 2:5,9. En el primer capítulo de Apocalip­sis, leemos que Cristo nos «hizo reyes y sacerdotes para Dios». En 5:10 se dice que Cristo «nos ha hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes». En 20:6 está escrito que «serán sacer­dotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años». En 1 Pedro 2:5, leemos: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio san­to, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo*»1 Unos pocos versículos después (9), se habla de los cristianos como «linaje escogido, real sacer­docio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anun­ciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable». Notemos estos tres puntos en el pasaje antedicho:

(1) To­dos los cristianos son parte de un sacerdocio;

(2) Son esco­gidos de Dios;

(3) Tienen un deber que cumplir, o sea «anun­ciar las virtudes» de Dios.

Ahora bien, tratemos de resumir las enseñanzas neo testamentarías que acabamos de repasar.

1.- Cristo es nuestro sumo sacerdote, que se ha ofrecido a sí mismo como perfecto sacrificio para la expiación de los pecados.

2.- Cristo, el sumo sacerdote, ha llamado a otro sacerdo­cio, un «real sacerdocio» que está constituido por todos los creyentes. Nadie se ofrece como voluntario para ser miembro de ese sacerdocio. Debe tener un llamamiento de Cristo para servirle. Un sacerdote debe ser puro y sin mancha. Como sacer­dotes, debemos ser limpios por la sangre de Cristo. El oficio de sacerdote no es una mera posición honorífica. El sacerdote tiene una función que cumplir. Su tarea es la de ofrecer sacrificios que sean aceptables a Dios. Este es el de­ber de todos los creyentes, no sólo de los «ministros».

3. El sacrificio que se requiere del creyente-sacerdote es el de sí mismo, un «sacrificio vivo» (Ro. 12:1). Más espe­cíficamente, esto incluye el proclamar las alabanzas de Dios’ (dentro y fuera de la iglesia), hacer buenas obras y compartir las cosas buenas con los demás (He. 13:16).

Además de esto, no debemos perder de vista una verdad importante asociada con el sacerdocio. El propósito principal del sacerdote, desde los comienzos de los tiempos del AT, ha sido el de servir como Mediador (intermediario) entre el hom­bre y Dios. En otras palabras, el creyente-sacerdote tiene el ministerio de la reconciliación que cumplir, en el cual busca unir a los hombres y a Dios. Pablo habla de ese ministerio en 2 Corintios 5:13-21. Aunque él usa el término «embajadores de Cristo», está describiendo la función sacerdotal de re­conciliar a los hombres con Dios.

Recordemos también que el sacerdote siempre ha sido un intérprete y maestro de la ley de Dios (esto ha sido ya señalado en relación con el pasaje de Dt, 33:8-10). ¿Qué nos dice eso sobre el deber de todos los cristianos? Todos deben ser maestros de la Palabra de Dios. A fin de hacerlo, deben entender la Palabra de Dios. El creyente-sacerdote es una persona con la Biblia en la mano y en el corazón.

Finalmente, el sacerdote cumple el ministerio de la inter­cesión. Así como los sacerdotes del AT iban al lugar Santísimo para interceder por el pueblo delante de Dios, el creyente-sa­cerdote debe entrar al lugar de la oración para interceder por sus hermanos cristianos (Stg. 5:16), los enfermos, los turbados, los cargados, y quienes no están en buenas relacio­nes con Dios. Orará también por aquellos que están alejados de Cristo. Este ministerio de oración debe ser una parte de la vida diaria del creyente-sacerdote.

Preparación para el Sacerdocio. Si la doctrina del sacer­docio del creyente es tomada en su valor visible, significa que no hay privilegios o deberes especiales que puedan ser considerados propiedad exclusiva de los «ministros» o «clero». Los laicos bautistas a veces dirigen el culto, administran las ordenanzas de la iglesia y aun predican. Muchos laicos son ac­tivos en el evangelismo personal y el ministerio a los enfer­mos.

Esto nos lleva a una cuestión práctica. Si los laicos pueden realizar las tareas normalmente asociadas con el traba­jo de los ministros, ¿cuál es la tarea especial de un pastor? La respuesta a esta pregunta puede encontrarse en Efesios 4:11,12. A fin de ver el punto clave de este pasaje, debemos leerlo bien en nuestras Biblias: «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los san­tos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.» En la versión Reina Valera 1909 hay una coma entre «perfeccionar a los santos» y «para la obra del ministerio», lo que hace mucha diferencia.

En otras palabras, la misión del pastor es ayudar a todos los otros cristianos de la iglesia a prepararse para su tarea, sacerdotal. Viene a ser como el entrenador de un equipo deportivo. El sabe cómo jugar, pero no trata de hacer él to­do el juego. Lo que procura hacer es ayudar a los miembros del equipo a jugar lo mejor posible. El entrenador sabe que ha tenido éxito en su trabajo cuando sus jugadores hacen el trabajo bien en el campo de juego. Y el pastor, como entre­nador de sacerdotes, sabe que está haciendo bien su trabajo cuando la gente de su iglesia es capaz de orar, testificar, enseñar y ministrar bien.

Además de ayudar a los miembros a aprender cómo servir de creyentes- sacerdotes, el pastor «edifica al cuerpo de Cristo», de modo que ellos tengan la voluntad y el poder espiritual para hacer sus tareas. Lo hace por medio de la predicación inspiradora, la dirección en la adoración y el consejo pastoral. También ora con fidelidad por ellos.

APLICACIÓN PRÁCTICA La mayoría de nosotros creemos en la doctrina del sacer­docio de los creyentes, pero a veces nuestra práctica no lo­gra estar a la altura de lo que creemos. No quisiéramos que fuera así, pero desgraciadamente es así en muchos casos. Por ejemplo, alguien que visite nuestra iglesia, ¿tendrá la impresión que se trata de una congregación de «sacerdotes»? ¿o pensará que hay sólo un sacerdote, el pastor? ¿Cómo participan los hombres y mujeres de su iglesia en la dirección de los cultos? ¿Se ocupa el pastor de la oración, la lectura bíblica, los anuncios y todo lo demás, así como de la predicación?

 Adaptado de “Doctrinas Básicas de la Biblia” de Lucien E. Coleman